Rafalé Guadalmedina nos envía una sustanciosa colaboración en defensa de la autoficción, que este año viene muy a cuento con el trabajo desarrollado en el taller de creación literaria de la asociación, que ha estado centrado en los distintos tipos de narradores… Pero lo mejor es leer el texto de Rafalé para no complicar más el asunto.

De sangre aceitosa, Rafalé Guadalmedina (1989, en una cuadra de cuyos animales no quiero acordarme) es autor de sello infame en el que la acidez y el sarcasmo se retan para alumbrar historias que nadie necesita leer. Tras prodigarse en el relato breve como una huida hacia ningún lugar, La cuarentena de los necios (Nazarí, 2022) supone su debut en el campo de la novela, dilatando la falsa esperanza de topar con un ansiado destino. Se dio la circunstancia de que la presentación de su novela coincidió con la entrega de premios de la IX edición del certamen Madrid Sky, de la que Rafalé fue finalista con el relato Tinta en espera, por lo que aquel día se tuvo que dividir en dos para poder estar presente en los dos eventos.

Ha colaborado con publicaciones de discutible prestigio, resultado ganador de certámenes que sólo existen en su imaginación y ha escrito un puñado de novelas que antes de ver la luz fueron convenientemente destruidas. Su falta de gracia y/o talento es suplida con ínfulas untadas en pacharán y la lectura de clásicos mientras la brisa acaricia sus bajezas. De lenguaje presuntuoso y ritmo vaporoso, sus palabras constituyen una deformación surrealista de la propia experiencia con la que invitar a la carcajada y ajusticiar a la ignorancia. De esta manera, las enajenaciones literarias de Rafalé Guadalmedina trazan un delgado filo entre la gloria y la vergüenza ajena.

Foto Rafael 

En defensa de la autoficción

Rafalé Guadalmedina

@rafaleyolerafaleguadalmedina@gmail.com

¿Qué es autoficción?, dices mientras clavas

en mi vida tu anodina vida

¿Qué es autoficción? ¿Y tú me lo preguntas?,

autoficción eres tú.

Bajo a la calle y encuentro a una zagala poniendo morritos para hacerse un selfie. A continuación cruza un anciano narrando móvil en mano la melopea de anoche como si de una tragedia griega se tratara. Encuentro a Eugenio en la tasca y dispara sobre mí un lamento en primera persona sobre sus desavenencias con la lavadora a causa de su reciente divorcio, a la que respondo con otro monólogo sobre mi portentosa pericia con el pelador de patatas. Sin apenas interactuar, cuajamos algo parecido a un diálogo de sordos. La televisión emite un reality sobre unos carpinteros que han de seducir a sus sierras de calar. Entro en Facebook y leo gestas y epopeyas sobre amistades de las que no sabría identificar en la realidad. Con semejante panorama, abro un libro donde refugiarme y este me inyecta una nueva dosis de yoes en clave de autoficción, el género literario del que todo el mundo habla.

Se suele situar el nacimiento de la autoficción en la publicación de Fils, firmado por Serge Doubrovsky. No obstante, Dante, el Arcipreste de Hita, Marcel Proust, Marguerite Duras o Philip Roth ya se habían introducido como personajes en sus propias obras. En los últimos años, fruto del hedonismo con el que se pavonean los tiempos y la inflación de libros huérfanos de lectores, se ha registrado una eclosión del género o la herramienta que ha canibalizado a novelistas de enjundia, articulistas sesudos y hasta indomables críticos. Este hecho ha escocido a algunas plumas vetustas que han cargado tintas tildándolo de plaga, amenaza o género menor.

Novela Hijos

Desde un punto de vista sociológico, algunos de sus detractores apuntan que la autoficción es «un traje cosido a medida del neoliberalismo» que celebra la individualización y la banalidad, replicada por la inmediatez de las redes sociales. En su Manifiesto contra la autoficción, Iban Zaldúa señala la destrucción de toda confianza entre lector y autor, pues el segundo moldea la verdad a su antojo. Además, Zaldúa advierte de que el escritor puede pecar al asumir que toda su existencia es interesante y por ende material de escritura; que puede tener la tentación de embellecer su propio retrato; que la estrategia de las editoriales es hacer del autor una marca, lo que constituye el enésimo fraude marketiniano; y que la autoficción induce a la holgazanería, pues teniéndose uno mismo como fuente de inspiración y verdad para qué imaginar o investigar. La pandemia puso la puntilla e hizo que hasta aquellos que jamás habían leído un libro en su vida vieran la luz y se transformaran en poetas y novelistas del yo.

Sin embargo, ni los escritores que han plasmado las fantasías más prodigiosas de la historia pueden escapar del influjo biográfico. De hecho, Tolkien encontró inspiración en su experiencia como soldado en la Primera Guerra Mundial para asentar las bases argumentales y ambientales de sus obras enmarcadas en Legendarium. La tercera persona no es impermeable a la experiencia de su autor. En cambio, la autoficción es uno de tantos vehículos para trasmitir una de las caras de la verdad, para hacer de lo personal causa común. Por no hablar del gran socorro a todos aquellos que carecemos de virtud y formación que ahora podemos dárnoslas en nuestra casa de literatos. Detrás de las acusaciones de hedonismo y carencia de originalidad, solo se esconde la envidia, el clasismo y el típico «el escarnio ajeno implica el elogio propio».

Con los representantes del género ocupados en retratar con formas líricas sus anodinas vidas, he decidido tomarme la molestia de salir en su defensa. Y que mejor forma de hacerlo que recomendado Comiendo bollos, de Luis Luciérnaga, una obra en el que su autor se abre en canal para narrar su tragedia con su afición al coleccionismo de cromos Panini; No me pises lo arado, de Irene Viejo, un thriller con trazas de autoayuda esculpido con un gusto exquisito, y Susurros que anhelan silencio, del poeta multipremiado The Fuking Master, con una desgarradora confesión acerca de su problema con la onicofagia. Ah, y por cerrar este alegato de la infamia y el bochorno, cómo olvidarme de mi humilde contribución: Todo el mundo es imbécil, menos yo.

5 respuestas a “En defensa de la autoficción. Una colaboración de Rafalé Guadalmedina”

  1. Qué aires de frescura, Rafalé. Me encanta.

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  2. Hay que ver, qué gracejo tiene nuestro amigo Rafalé; no hay mejor compañía para horadar los pozos de la infamia y la mampostería parrafera. Me quedo con ganas de leer Comiendo bollos. A ver si me las quito pronto.

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  3. Un placer colaborar que Primaduroverales acepte la insolencia de escritores de infame reputación. Adelante!

    PD: MariaJe, el enlace conduce a esta entrada. Es un post desde mi blog. Un fuerte abrazo!

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  4. ¿Qué enlace? …
    Me gustaría leerlo 😊

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  5. […] de la autoficción para salir en defensa del género. Siento la desfachatez. Puedes leerlo deste enlace o quedarte con las ganas. Espero que os guste. Gracias a la Asociación PRIMAduroVERALES por el […]

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