Madrid, ciudad bravía
que entre antiguas y modernas
tiene trescientas tabernas
y una librería.
Esto se decía de Madrid en el siglo XVII. Y su fama de ciudad de tabernas no empezó a cambiar hasta mucho después, a finales del siglo XIX. Aunque a Benito Pérez Galdós, que llegó a Madrid en el año 1862, todavía le dio tiempo para escribir en sus memorias lo siguiente sobre la calle Toledo.
«Toda la calle es roja, no precisamente por el matadero ni por la sangre revolucionaria, sino por la pintura exterior de las ochenta y ocho tabernas (las he contado) que existen desde la plaza de la Cebada hasta la Puerta de Toledo.«
Los cafés de Madrid
Pero en aquella época en la que Galdós llegó a Madrid algo se estaba transformando en la capital. Habían nacido los cafés, que empezaron a ocupar el lugar de las tabernas. Lo había aventurado a finales del siglo XVIII Gaspar Melchor de Jovellanos, afirmando que “en nuestras ciudades hacía falta el establecimiento de cafés o casas de conversación y diversión cotidiana que, arregladas con buena policía, eran un refugio para aquella porción de gente ociosa que como suele decirse, busca a todas horas dónde matar el tiempo”.
En estos cafés se permitirían los juegos sedentarios y lícitos de naipes, ajedrez, damas, chaquete, los de útil ejercicio, como trucos y billar; la lectura de papeles públicos y periódicos, y las conversaciones instructivas y de interés general, según la literatura de la época.
No es de extrañar que con estas ideas calando en la sociedad, la influencia francesa y el surgimiento de las ideas liberales, los cafés se consolidasen como lugares de ocio a los que acudían multitud de personas para estar al tanto de todas las noticias. Los primeros cafés de Madrid se abrieron alrededor de la Puerta del Sol y en la calle de Alcalá. Eran lugares para debatir de política, con espacios que separaban a la gente de paso de los clientes más habituales. Entre la clientela dominaba la clase burguesa y no estaba bien visto que entrasen las mujeres. Con la expansión de Madrid se fueron abriendo nuevos cafés, entre ellos el café de San Millán, que entonces estaba en el límite de la ciudad y se consideraba bastante apartado de la Puerta del Sol. Se inauguró en diciembre de 1876, en la calle Toledo antes descrita por Galdós, un lugar muy próximo a donde se imparte hoy el taller de creación literaria Primaduroverales.
¿Qué tenía de diferente el café de San Millán?
Los cafés alrededor de la Puerta del Sol eran elegantes, céntricos, con una decoración exquisita y un público seleccionado. El café de San Millán era todo lo contrario, era un establecimiento de un barrio castizo y popular situado junto al mercado de la Cebada, por lo que sus clientes eran, además de toreros, militares, escritores y artistas, los tratantes de ganado, los negociantes de frutas y verduras, los arrieros, los mozos de mulas, los gañanes, los tenderos y el público que acudía al mercado. Además, en el café de San Millán podían entrar las mujeres, ello no suponía ningún escándalo, e incluso podían participar en las tertulias, lo que era un síntoma de modernidad nunca visto. En definitiva, el café de San Millán era un café para todo tipo de gente, un café con cigarreras capaces de guardar todos los secretos y cerilleros, como Manuel Sevilla, que vendió participaciones del número 15.554 del sorteo de Navidad del año 1905, que resultó agraciado con el tercer premio. Los premios se cobraron en el mismo café y la prensa de la época informó detalladamente del hecho en sus páginas.
El café ocupaba la planta baja del inmueble y en ella había una escalera de caracol que conducía a un piso superior destinado a sala de billares. La primera parte comprendía un amplio salón conformado por hileras de columnas, todavía visibles en la actualidad. El techo estaba cubierto con seis óleos de gran tamaño, y las paredes también estaban cubiertas con óleos de temática popular y costumbrista, obra del pintor aragonés Manuel Zapata. Toda esta decoración ha desaparecido y solo ha llegado a nuestros días a través de documentos de la época.
El Nuevo Café San Millán era un café abierto y popular que frecuentaban los escritores de la Generación del 27, en el que la pintora Maruja Mallo ganó un extravagante concurso de blasfemias al poeta Rafael Alberti a mediados de los años veinte. Continuó siendo un café popular y más tarde, durante la Guerra Civil, permaneció abierto haciendo las veces de comedor social, como si con ello quisiera mantener su espíritu vivo y en lucha, hasta que a mediados de los años cincuenta cerró definitivamente.
Personajes de novela
Actualmente existe un café/cervecería en la calle Toledo 61, en la misma esquina en la que se encontraba en Nuevo Café de San Millán, aunque el nuevo local no tiene nada que ver con la decoración ni con el espíritu del Nuevo Café de San Millán de entonces.
¡O quizás sí! Es posible que podamos volver al pasado si forzamos la imaginación, si tomamos un café y cerramos los ojos para ver pasar por la puerta a Vicente Blasco Ibáñez camino del Rastro, o a Maltrana, (personaje de su novela la Horda -1905-) antes de que dejase de ir al mismo; o a Pío Baroja y a sus personajes Manuel y Roberto cuando se citaron con el Tiriti (La busca -1904-), o a Maruja Mallo y Rafael Alberti enzarzados a insultos antes de que la gente supiera que eran amantes. O a Galdós, en su continuo recorrido por los cafés de Madrid. O al cerillero Manuel Sevilla, que sigue vendiendo participaciones de lotería y es capaz de regalarnos un buen pellizco. Yo, por si acaso, compraré un décimo en el próximo sorteo, ya que la de 1905 no fue la única vez que la suerte tocó con su varita al personal y a la clientela del café. En cualquier caso, pasear por La Latina y echar una mirada nostálgica hacia el café de San Millán un día de Rastro sigue siendo una buena opción para todos los que se pasen por Madrid. Y todavía siguen quedando buenas tabernas por la zona. ¡Y librerías!
Fuentes:
http://antiguoscafesdemadrid.blogspot.com/. M.R.Giménez
https://historia-urbana-madrid.blogspot.com/
La pintura decorativa y el café de San Millán de Madrid: la decoración de Manuel Zapata y Seta en 1891. Mónica Vázquez Astorga.
Manuel Pozo Gómez es autor del libro de relatos Violeta sabe a café, (Premium editorial) y coautor, entre otros, de los libros Madrid Sky, (Uno Editorial); Cuéntame un gol, cuentos de fútbol (Verbum editorial) y Magerit. Relatos de una ciudad futura (Verbum editorial), y RRetratos HHumanos (editorial Kolima). Ha sido ganador de un buen número de certámenes literarios y sus relatos están publicados en distintas antologías.
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