En el taller de creación literaria de la asociación Primaduroverales estamos escribiendo el diario de un confinamiento. Cada día publicamos una página de este diario junto a un viaje musical. Los diarios serán nuestra ocupación hasta que podamos volver a reunirnos en nuestra clase de cada jueves para hablar de literatura y reanudar el taller. Esperamos, lector, que nuestros textos y nuestra música te acompañen. ¡Cuídate!

 

Diario de un confinamiento

Diario 11 confinamiento

Día 11. Hoy ha sido un día de mierda. Pasé una noche fatal, no sé si me sentó mal la cena o qué. El caso es que apenas dormí, le digo a Encarna que no me apetece hacer yoga y me quedo un poco más en la cama. Al levantarme, me entero que ha fallecido el padre de una amiga y se me desprende una esperanza. Arrastro mi tristeza hasta la ventana para ver la calle; llueve y hace frío. ¿Dónde coño está la primavera?

Los niños también se han levantado revueltos, durante el desayuno no paran de chincharse. Hasta que no lo soporta más, con la palma de la mano doy un golpe seco sobre la mesa y les grito que paren ya. Se sobresaltan, Sara, que es muy llorona, hace un puchero y sus ojos se llenan de lágrimas que no llegan a brotar, Hugo, sin embargo, frunce el ceño y se concentra en sus cereales. Encarna me mira entre sorprendida y molesta, pero no me dice nada. Tenemos un acuerdo tácito de no cuestionar delante de los niños el principio de autoridad.

Me siento mal, creo que me he excedido y deambulo por la cocina como un oso enjaulado. Encarna está en la habitación de Sara, consolándola, imagino. Cuando he terminado de lavar los cubiertos del desayuno aparece mi mujer con semblante serio. Perdona, le digo, creo que me he pasado un poco. No es a mí a quien debes pedir perdón, ¿no crees? dice sin perder la gravedad de su expresión. Asiento en silencio, pero dejo para más tarde el ir a disculparme con mis hijos.

Con el teletrabajo las cosas no mejoran, la conexión falla continuamente y no hay manera de hacer nada. Mi malestar crece, la imagen del desayuno no deja de punzarme. Me pongo a leer hasta que llegue la hora de la comida, aunque me resulta imposible concentrarme.

Ana, ha hecho arroz caldoso, a los niños les encanta. Es un guiso a base de arroz, judías blancas, codillo fresco, un hueso de espinazo, patata y morcilla de cebolla. Mientras Encarna sirve los platos yo bromeo con los chicos, intento demostrar que no estoy enfadado. ¿Por qué me cuesta tanto pedirles disculpas? Terminando de comer, a mi suegra se le cae un trozo de pan, lo coge y lo besa. Sara, sorprendida, le pregunta por qué lo hace. El pan es de Dios, contesta su abuela. ¡El pan es de Mercadona! exclamo yo. Un silencio gélido envuelve la mesa, mi suegro se desprende de la servilleta, que se pone a modo de babero, y se levanta mirándome con rabia. Me voy a echar la siesta, dice. ¿No tomas postre? Le pregunta su mujer con voz queda, pero no contesta. Encarna me mira con gesto de reproche, yo esquivo su mirada y me centro en el trozo de morcilla que estaba a punto de comerme antes de lo del pan. La corto en dos pedazos y me llevo uno a la boca, me cuesta masticar y aún más tragármelo, pero no me atrevo a levantar la vista del plato. Miro el trozo de morcilla que me queda y me surge una duda metafísica ¿me lo como o no? El dulce tono cantarín de Sara preguntando si queda más arroz me saca de mis absurdas elucubraciones.

Meto los cubiertos en el lavavajillas sin mirar la puerta de la cocina, concentrado en las bandejas, y siento la presencia de mi mujer que va y viene con las cosas de la mesa. Cuando está todo recogido se planta frente a mí. ¿A ti, qué coño te pasa? exclama con los brazos en jarras y mirada explosiva. Con un gesto indico que baje el tono de voz. Ella lo ignora y vuelve a preguntarme más irritada. La culpa es de tu madre, respondo yo también con tono de enfado, y de inmediato soy consciente de lo infantil de mí respuesta. Encarna mueve negativamente la cabeza ¿De verdad? Dice con gesto de desdén. Quedamos en que le dirías que no adoctrine a los niños, replico yo, forzando mi enojo sin mucha convicción.  Pero, ¿te estas escuchando? ¿Adoctrinar? Si te parece le pongo a mi madre un pin parental. Será posible, pero si la niña no lo ha dado ninguna importancia, hasta le ha hecho gracia. Tras su enérgica parrafada, se marcha furiosa.

Paso la tarde encerrado con Miles Davis y después de oír “Kind of Blue” me siento un poco más sosegado. Mis suegros no cenan con nosotros, por lo visto han hecho una merienda cena y se han retirado a su habitación. La cena transcurre en silencio, los niños se retiran enseguida. ¿Te apetece ver alguna peli? Le pregunto a Encarna. Me dice que sí y nos sentamos en el sofá, normalmente se acurruca a mí lado, pero hoy se sienta en el otro extremo. Yo suelo manejar el mando de la tele, aunque eso no significa que lo controle, pues siempre vemos lo que ella quiere. Es cierto que solemos coincidir y en caso de duda gana ella; la verdad es que no me importa.

Voy pasando películas hasta que elija una. ¡Esa!, dice y señala “Mi vida sin mí” de Isabel Coixet ¿Estás segura? No hace mucho que la vimos. Segura, responde lacónica. Vale, digo resignado  y pulso el “ok”. Estos últimos días procuramos ver temas de acción, suspense o comedias que nos distraigan sin más. Y hoy, ha elegido una película deprimente como pocas: la historia de una mujer que sabe que va a morir dentro de poco. Un tema cojonudo para estos momentos. Es su forma sutil de machacarme. Aguanto unos veinte minutos, lo que tardo en admitir su victoria, y me voy a la cama a leer un rato. Solo ha pasado media hora cuando llega a la habitación, pregunto si ya ha terminado la película, me contesta que sí. Sé que no es verdad y ella también lo sabe, pero lo dejamos estar. Se quita los pendientes deprisa y los tira sobre la coqueta. Yo sigo con “El halcón maltés”, pero no pierdo detalle. Sale del baño, se introduce en la cama, me da las buenas noches y apaga la luz de su mesilla. “Spade se pasa la lengua por los labios” he perdido la cuenta de las veces que he leído ese párrafo. Cierro el libro y apago la luz. Qué mierda de día, me digo y además no me he afeitado.

 

Carlos Cerdán trabajó en una empresa constructora de contable hasta que se jubiló. Desde el 2012 pertenece al taller de creación literaria Primaduroverales. Es coautor del libro  2056 Anno Domini. La literatura y la música del siglo XX son sus pasiones, a la que ahora ha añadido la de ser abuelo.

 

 

Selección de la música: Francisco Plaza

La Belleza. Luis Eduardo Aute.

Luis Eduardo Aute falleció el 4 de abril de 2020.

Enemigo de la guerra
Y su reverso, la medalla,
No propuse otra batalla
Que librar al corazón
De ponerse cuerpo a tierra
Bajo el peso de una historia
Que iba a alzar hasta la gloria
El poder de la razón.

 

9 respuestas a “Diario de un confinamiento (VIII). Por Carlos Cerdán”

  1. Avatar de Purificacion De la Casa
    Purificacion De la Casa

    Carlos, has sabido crear esa familia media e idílica a la vez. A todos no gusta formar parte de ella.

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  2. La verdad es que soy una fan declarada. Los leo con gusto, con placer, y con ganas. Me tienes enganchada cual serie de Netflix, o mucho mejor. Un abrazo, escritor.

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  3. Me tienes pendiente del devenir de esta familia Carlos, gracias.

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  4. Qué bien, Carlos, qué cercano resulta tu relato.
    No es fácil escribir lo cotidiano.
    Has introducido la música, claro, no puede faltar.

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  5. Estupendos tus relatos, Carlos!

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  6. Tres generaciones de una familia metidos en un piso sin poder salir. Es un placer poder cotillear todo lo os pasa cada día.

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  7. Tres generaciones de una familia metidos en un piso sin poder salir. Es un placer poder cotillear todo lo , es un caldo de cultivo de situaciones

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  8. Gracias Carlos. Tu familia se está haciendo entrañable. No vamos a poder pasar sin ella cuando acabe esto.Y con el colofón de Aute

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  9. Nuestro ánimo se pone a prueba tras cada día que pasa en este maldito confinamiento. Muy bien expresado, Carlos. ¡Grande Aute!

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